Entrando al Jardín Perdido
Cruzando el Tercer Portal al Lado B del U3P, existe un lugar llamado "Jardín Perdido" (no confundirlo con el Jardín Secreto, que ese es otro lugar muy distinto). Más específicamente, es posible acceder a él desde el primer piso del Castillo de Arena, por la primera puerta a la izquierda del pasillo. Aunque también es posible que te lo encuentres completamente por casualidad (o a propósito), si un día estás paseando a las afueras:
Seguro venías caminando por el sendero de tierra. No es muy transitado porque está a las afueras, siempre está tapizado por un manto de hojas de distintos matices ocres, rojizos y marrones. Es un sendero angosto, enmarcado por el ramaje oscuro y quebradizo de los arbustos bajos y espinosos que nacen en los bordes de este bosque otoñal, frecuentado por los tordos. Los yuyos amarillentos crecen altos a cada lado de este sendero, de a ratos se enredan en alambrados desconocidos, perfumando de notas herbales y medicinales el aire húmedo. Era muy tarde ya, y te distrajiste mirando las luciérnagas, escuchando la orquesta silvestre de los grillos afinando los instrumentos, preparándose para la noche, y el coro de los primeros sapos cantores que estaban madrugando.
Si un día estás en una situación similar (o sea, de paseo) y te encontrás en un escenario como ese, prestá atención, porque podrías estar pasando cerca del Jardín Perdido.
Entonces viste las rejas. Negras, viejas, rotas, torcidas, ocultas de a ratos abajo de tejidos caóticos de enredaderas secas y mantos de Don Diego de Día, sostenidas a veces por una pared enclenque de ladrillos desgastados. Llegaste hasta el portón, y notaste algo irresistible: estaba abierto. Miraste a tu alrededor: no había nadie más que las luciérnagas, los grillos y los sapos que seguían escondidos y que, de todas formas, estaban enfocados en sus asuntos, sin muchas ganas de ser testigos. Así que pensaste, ¿por qué no?
El Jardín Perdido tiene todo lo que un jardín perdido tiene que tener. Huele y se ve como si estuviera en un otoño avanzado perpetuo: ramas secas y enredadas, montañas de hojas marrones, sombras de bichejos escondidos, olor a tierra húmeda, cielo un poco nublado, aire frío y húmedo, aliento de fantasmas, ecos de recuerdos ajenos contenidos entre sus rejas oxidadas. Ahí, siempre está atardeciendo, y se escuchan coros de sapos y grillos.
Entraste a explorar, solo por un rato, ignorando el chirriar de las rejas alarmadas. El pastizal era alto, casi te llegaba hasta las rodillas. Era un jardín pequeño, abandonado hacía mucho (si te preguntás, ¿mucho cuánto? Es obvio que mucho mucho ). Restos de canteros de flores secas por acá y por allá, la luna semi oculta por las nubes reflejaba en un estanque verde. Una hamaca de madera, sostenida más por las ramas tiernas de un maracuyá que por la soga, colgaba de un algarrobo blanco. Al fondo, una casona hueca, sin ventanas, era tragada lentamente por las enredaderas. Una escalera ancha y de piedra subía hasta otra pared sin puertas ni ventanas. Alguien, también hacía mucho, había pintado dos ojos grandes en donde debía estar la puerta. Qué curioso, ¿no?
¿Quién se resistiría a acercarse? Tras una minuciosa inspección, te diste cuenta de que no había rastros de ninguna puerta en la pared, ni de que hubiese habido una alguna vez. La pared era perfectamente lisa, varios rayones en tiza en la pared te hicieron dar cuenta de que no eras la primera persona en encontrar este lugar. Bajaste la escalera, y te tropezaste con algo. Algo oculta entre el ramaje seco y el pasto, había una campana inmensa, antigua, de bronce oxidado. ¡Tong tong! La golpeaste con tus nudillos, sin ninguna razón. ¡Ting ting! Te respondió algo desde adentro.
Te quedaste con la boca abierta. “¿Me acaba de responder?” Pensaste, seguramente. Sí, te acaba de responder. ¡Ting ting ting! Hizo de vuelta, con una energía que jurarías era de entusiasmo. Te agachaste, acercándote a la campana, tratando de entender qué estaba pasando. Por supuesto, no esperabas que la campana te sacara la lengua.
Probablemente, te caíste hacia atrás y, sin dudas, te llevó varios segundos darte cuenta de que la campana era, en realidad, un buzón. Un buzón-campana que estaba entregándote un sobre. “¿Para mí?” Habrás pensado. ¡Ting! Te contestó el buzón-campana. Traducido, eso significa: “Sí, la carta es para vos.”
Así sería tu encuentro hipotético con el Buzón Campana. Pero claro, no todo el mundo tiene tiempo de ir hasta allá a retirar sus cartas, es bastante lejos y no siempre es fácil de encontrar (al menos si buscás por el camino largo), y ahí es en donde entra el Príncipe, para facilitar tu comunicación con tus amistades de nuestro colectivo viajando por el U3P, ofrece su servicio de mensajería interdimensional (o˘◡˘o)